miércoles, 7 de marzo de 2007

Uno nace con el corazón sincero, y hasta cumplir siete u ocho años se asombra cuando alguien le tiene miedo al agua y navega en un velero.

Yo recuerdo que en mis preescolares escuchaba a mis padres que me cantaban nanas y me relataban historias hasta que me dormía; pero me enseñaban que los sueños eran el nombre con el que debíamos bautizar a nuestros proyectos y a nuestras teorías, si en verdad queríamos una vida llena de éxitos y abundancias.

Mis padres eran dos personas a las que yo debiera haber santificado. Santiago, mi querido padre, era de renunciar en muchas ocasiones a la verdad para que yo no me desilusionara. Ya sin que me importe demasiado si mis oraciones empalman o relacionan un tema a otro, contaré que a los cinco años trabajé a lápiz un croquis que ilustraba en diferentes grises el mecanismo de ciertas tecnologías caseras, podría haberse tratado de un aparato telefónico o un tocadiscos. Y aunque era muy bonito, era un plano bastante exagerado en imaginaciones. Le había inventado piezas que aún no existían, para que se justificaran espacios de lámina en blanco, pues era incomprensible para mí cómo es que una voz humana podía encerrarse en una cajita, y luego reproducirse. Yo no entendía cómo un aparato podía secuestrar las frases de mi padre o de mi madre, y ser inteligente para liberar en mi oído las palabras que contestaban a mis preguntas. Y entonces yo, muy ansioso por saber si estaban correctos los intuitivos mecanismos de mi inventada maquinaria, mostré a mi padre el diseño recién terminado: Puede ser algo así –me dijo. Mi sabio padre pretendía no matar con una pedrada de palabras a la bandada de pájaros en la que viajaba mi Poeta.

Poco después de aquella aprobación, me había ganado yo el derecho a ascender del rango hogareño al honorable título de estudiante. Para ese entonces yo ya me había habituado a dormirme compartiendo con la oscuridad los momentos más felices del día, y que hasta ese horario aún sobresalían en mi recuento anecdótico vespertino. También en aquellas disciplinarias narraciones fue que pude encontrar un arma efectiva para amaestrar a mis peores e infranqueables fantasmas. Supongo ahora que mis primeros relatos habrán contado sobre la primera vez que crucé solo una calle. No importaba de qué tratase: Podía haberme referido a un petirrojo que había atisbado yo en la rama de un eucalipto en la plaza de mi ciudad, mientras mi madre conversaba con otra mujer de sus problemas o sus felicidades; de una bicicleta o un autito en miniatura que yo deseaba desde hacía muchísimo tiempo. Pero seguramente iba adornando el nudo de la historia con lo que habría yo sentido o descubierto, extendiéndome cuánto más pudiese en emociones y pareceres. Y entonces qudaba una historia bastante coloquial, y si a la hora de la cena mi padre me preguntaba cómo me había ido durante el día, yo aprovechaba y permitía que toda la familia escuchase el relato de mis anécdotas maduradoras. El caso es que en ese tiempo, siempre que me aburría o estaba solo, armaba un cuento con algunos de mis recuerdos favoritos.


II


Un poco más hacia adelante en la impiadosa línea del tiempo, más o menos a la edad de diez años fue que había empezado a soñar que rescataba a una compañera de mi curso. Yo siempre había pensado que para ganarme el aprecio de una dama, debía primero ser el protagonista de un gesto que demostrara mi heroísmo. Aquel
hábito mental debe de haberse iniciado en mis tres o cuatro años, cuando en mis penitencias yo me imaginaba a mi hogar envuelto en gigantescas llamaradas, y entre ellas se perdían mis santos padres, suplicando el socorro divino. Y entonces yo rompía el candado de mi encierro y volaba hasta ellos, o simplemente corría sobre el fuego con mi piel de amianto, y de un puñetazo que ensangrentaba mis nudillos yo derrumbaba cualquier pared que ofrecía resistencia para nuestra liberación. Y con un padre en cada hombro pisaba y destruía sin quemarme los restos de la desesperada mesita de noche, ya convertidos en tramposas brazas desde hacía unos minutos. Y una vez a salvo mis padres me abrazaban y se arrepentían de haberme castigado, y lamentaban mucho el no haberme permitido salir a la vereda esa tarde. Pero yo aguantando el llanto les corregía, diciéndoles que no era nada. Yo no sé porqué hoy me abraza este terrible deseo de que ellos sepan sobre aquellas fantasías. Yo les cuento todo esto porque prefiero guardarme cualquier visualización que traicione a mis secretos amores. Pues sólo yo conservo el privilegio de haberlos preparado para la cópula. Aunque...

Haré para ustedes que han tenido la delicadeza de leerme, arriesgando sus horas en un autor desconocido, ustedes que han apostado su fe en mis letras (antes cursivas manuscritas, ahora ya mutadas por obra de la imprenta que le ha dado tregua a este volumen de alcanzar ojos tan desconocidos como el nombre del autor que lo ha procreado), yo les haré saber a ustedes de algunas resumidas excepciones:

Como si pudiéramos generalizar todos nuestros romanticismos, como invirtiendo en una sola cara femenina todas las fórmulas que yo había preparado para la conquista de mis tantas princesas, resumiré en un ejemplo fantástico mi manera de soñar con el negado amor prepúber; y que una sola imagen se haga responsable de representar en la mente de quien me lea la absoluta caballerosidad y gentileza que únicamente conquistarán otra vez mi personalidad el día que lograre desprenderme de todos los artículos robados de otras constituciones que nada tuvieron que ver con aquélla que yo inventaría en futuros inviernos y veranos… Aquella bondad y cortesía que se me había dado por ocultar tras un fingido antifaz de trivialidades, y que hasta este día guardo y empleo en los festejos que me resultan más convenientes para el vicio de mis caprichos.

Casi siempre se trataba de una historia al aire libre, en una plazoleta o en un caminar pedregoso de mi ciudad adoptiva. En esas épocas mis imaginaciones eran onerosas, pues yo tampoco andaba ahorrando ningún tiempo de mi niñez pensando en próximas tareas absurdas o en los encuentros con mis amigos. Cuando todo el grado buscaba calles asfaltadas y desiertas para armar arcos de siete pasos con nuestras chaquetas o nuestros suéteres, yo ya estaba pretendiendo que en mis amores hubiera algo de especial. Encierro en un salvaje paréntesis una curiosidad repentina: Mientras cursaba el secundario entero, y me atrevo a mencionarles que hasta avanzados años después del inesperado adiós a las tornerías y fundiciones y ajustes de los talleres, y a mi pupitre y a mi nombre grabado a cortaplumas sobre su madera de segunda mano, yo aprovechaba cualquier momento libre, cualquier sitio donde los segundos derritieran el tiempo daliliano, para soñar con historias que ahora me da trabajo recordar. Pero retomando el tejido en aquel cruce de puntos donde mi extrañeza había interrumpido el desovillado de la madeja de mis palabras, puesto que me apresura la ansiedad por acabar este relato a fin de que invada el entendimiento parisino de quien lo su inspiradora, yo vuelvo a mi fábula adolescente para contarles lo mucho que he cambiado casi sin darse cuenta, y cuando me quise acordar y atiné a jalar del frenillo de esta evolución traicionera, me quede muchos años llorando y arrepentido del tiempo malgastado en cuidados y alcancías.

Casi siempre era en un lugar sumido a la voluntad del aire libre...

Por casualidad yo iba paseando y entonces veía contribuyendo en un peligro a ese cuerpo femenino que representaba a todos los cuerpos que yo he deseado. Sólo se escuchaba la mudez del miedo y los murmullos naturales emblematizando para mis espectadores la soledad, escena apropiada para cualquier crimen.

Luego de algún tiempo uno pierde la sed por las aventuras, así que debió ser por aquéllos días seguramente y cuando le dedicaba momentos a mis ocios, que yo revisaba historietas o cines, bígamos hogares de fantásticos personajes medievales. Por esa razón debió haber sido que casi siempre transportaba a la mujer que amaba (y que tal vez me amaba) a punto de ser devorada por dragones que se pasaban la noche y el día en las casas abandonadas de mi vecindad. Era mito fomentado entre mis compañeros y yo, que también esos refugios eran morada de usurpadores que el mágico animal perdonaba y permitía vivienda a cambio de que trajeran, cada mediodía y cada anochecer, niños huérfanos a quienes el dragón sacrificaba inmediatamente para alimentarse de sus almas.
Entonces era que yo arriesgaba la imagen de mi princesa en aquel bruto escenario –trágico ritual cotidiano de homicidios-, presenciado por todos los marginados que servían a la Bestia. Y a punto de ser inmolada, o cuando las fauces del monstruo rozaban los tules de los vestidos virginales, yo entraba en aquella fantástica toma, y con mi estruendosa aparición, del dragón y todos los asesinos yo conquistaba el coraje y amedrentaba sus ánimos sin ninguna espada ni estratagema.

Hoy la escritura ha desenfundado la verdad más terrible a la que me enfrento desde que el pesebre ha sido excomulgado de mis verdades por una ráfaga maligna de palabras adultas: Todo esto que yo les cuento sobre mis fantasías hechas secretísimos tesoros, todos los mencionados sentimientos que he soportado en soledad, todas las angustias que fueron motivación de creaciones suicidas... La intuición más la reiteración de decepciones a lo largo de mi vida me hacen sospechar que como tantas cosas en las que yo me creía un ejemplar en extinción... Debe de ser un ritual ejercitado por casi todos los comunes. Aunque a esa edad yo me creía el único.


III


Y así fue que hasta más o menos los veintisiete años y siempre que tuve oportunidad, decoraba mis labios con palabras que rimaban con amor y con justicia. También a la noche, yo recuerdo que conquisté mis primeros resentimientos, imaginándome que les salvaba la vida a todos mis detractores.

Me había inventado una generosa constitución que enumeraba todos los derechos y responsabilidades de todo el que quisiera ayudarme a reconstruir el mundo donde vivo. También había escrito yo una tesis que proponía, en hermosas frases y delicadas citas, reemplazar todos los artículos del código penal universal con fórmulas para experimentar una inmensa misericordia por el injusto... Y así no tener necesidad de tediosos juicios ni sanguinarias decapitaciones. Había pensado que si todos nosotros, los seres más hermosos hasta ahora conocidos en el Universo, fuéramos capaces de reemplazar los odios por la piedad, podrían suprimirse cualquier querella y en lugar de malgastar las tardes y las mañanas argumentando especuladoras defensas o acusaciones que nos liberarían de toda culpa o nos devolvieran a nuestra posesión las tierras que nos habían usurpado los envidiosos o los sin-techo, argumentando discursos que convencerían al Supremo de muestra inocencia pero que de una forma u otra acabarían desembocando en enfermizos deseos de venganza, nosotros que como todas las faunas y las vegetaciones también poseemos la
facultad de morirnos, podríamos quizás levantarnos de dormir para desparramar sobre un lienzo virgen los sueños e imaginaciones de la noche anterior, como si los sueños pudieran dispararse en perdigones de acuarelas.


Pero una vez (que como dije está separada del presente por dos años) me di cuenta que ya no me entusiasmaban las abstracciones ni jugar junto a los niños desconocidos. Y yo envidié a mis iguales que todavía tenían el valor de exigir a los gobiernos y desafiar a las autoridades, arriesgándose a ser tildados de marginales. Odié a esas personas, no por lo que eran, sino por lo que yo, no sé porqué, había dejado de ser. Desde hace mucho que no paro de preguntarme en dónde se habrán quedado todos los valores por los que yo luchaba. Si antes al acostarme yo no me dormía hasta haber dirigido una película de doncellas y dragones... ahora me concilio con el sueño al poco tiempo de haberme ido a la cama. Y lo que más me entristece es recordar cuanto me afectaban las injusticias y las inequidades: Mas ahora por inercia de principios yo aliento a los equipos que corren en desventaja. De aquella frustrada constitución recuerdo cada vez que presencio algún delito, el preámbulo que siempre había yo leído para amansar a mis adversarios y llenar de esperanzas el corazón de los desamparados: Perdonar significa dejar en libertad. Y aunque a veces yo, que con frenesí había adoptado doctrinas metafísicas o cristianas, conseguía domar situaciones extremistas, y ambas partes acababan con las manos estrechadas, ya no me emociono tanto como antes cuando a Fray decir: Más vale renunciar al propio derecho que violentar el ajeno. Pero mis ánimos contemporáneos serán bien ilustrados con un ejemplo que no me importa adjetivar:

Hace algún tiempo hubiera dedicado toda mi tarde a explicarles la diferencia entre Metafísica y Cristianismo, pues he conocido luego de prominentes indagaciones mil diferencias entre el Nombre de Dios y las layes de lo Inusual. Pero esta tarde que descubro la tragedia colectiva de envejecer, confieso una sensación que más que llamarse pereza, bautizaré Apatía. Y ya lo ven ustedes, he crecido y ni siquiera siento pena por el suicidio de todas las leyes, de todos los artículos, de todas las normas, que compusieron en un despreocupado opus, la sinfonía de mis sueños adolescentes que se basaban en la pasión. Casi siempre la vida me produce tanto hastío, tanta trivialidad, que ni siquiera considero justificante el llorar por la contaminada metamorfosis que he sufrido en poco tiempo. Y hoy, a pesar de lo que he sido interiormente, a pesar de el deshonor que siento por el incumplimiento de todos los puntos de aquella apartada constitución, es que me da igual si aclaro las diferencias que conozco y que ustedes nunca podrán descubrir.
IV

Es cierto que ahora quien haya seguido mi confesión hasta este punto me considerará ser un traidor. Yo he matado a mis principios y he dejado en claro la evidencia para que se me juzgue y sea procesado por el jurado de mis pares. si acaso alguno de ustedes se tomara la molestia de inspeccionar la vida de alguien que, como muchos, tiene hechos y palabras diferentes, no tardaría en encontrar los documentos probatorios de mis infamias. Yo mismo he vivido indignado, pues no soy tan bueno ni posee mi corazón tanta grandeza como me creía.

Pero siempre hubo en mi existencia una cualidad de la cual no he podido deshacerme, ni siquiera quemando cada hoja (morada de todos sus artículos) de aquella prometedora constitución. Y es que a pesar de equivocarme reiteradamente, nunca pude evitar ser un persona culposa. Tal vez para no ser juzgado o para no sentir paranoia cuando arrancaba una margarita o una rosa de algún jardín expuesto a los desconocidos, haya deseado imponer en el mundo de los racionales la ley de la comprensión y la misericordia. Entonces robaría a los gobiernos para alimentar a los marginales sin sentirme en falta contra nadie. Imagínense ustedes mi tristeza cuando me paro frente a los verídicos espejos y me devuelven la imagen de un ser trivial y perecedero. A pesar de lo que mi dos o tres seguidores hayan opinado, a veces me siento demasiado ordinario...

Finalmente uno escogería para depósito de su osamenta viviente los contaminados ríos helados de la noche, o los carriles que aguardan al decidido debajo del andén. Pero siempre hay algo que nos ata a la vida: Una virtud, una esperanza... o un amor. Y fue así que busqué algo bueno para justificar mi permanencia en el mundo de los vivos. Y con la misma apatía que experimento al ver mi físico en los espejos matinales, descubrí en el espejo de mi honestidad, no muy oculta, a la verdad y a la justicia. Y porqué no: También a mi Poeta. Y eso fue suficiente para quedarme a convivir entre los cuerdos y los dementes.

Sin embargo he llegado a un punto donde el hastío me ha impedido el ser complaciente. Entonces me di cuenta de una segunda desgracia: El mundo de los normales me estaba siendo prohibido. En las calles fui señalado como el peor de los insensatos. Entré a los establecimientos y a los cines que proyectaron en mi niñez tramas inspiradoras, y descubrí que los sentados se pusieron de pie cuando yo me acomodaba. Y luego se marchaban. Leprosos y asesinos evitaban el oír mis historias. Fue una época difícil, confesaré. Pues amén de que siempre me había pensado un ser diferente, uno no está completo sin los iguales que avalan con sus vocabularios consoladores nuestras ideas más absurdas.

Como había mencionado: Feliz en algunas ocasiones, lamentablemente en otras tantas (me animo a decir: en su mayoría), no ha sido siempre pero me gusta pensar, aún tras tantas oposiciones, que he nacido y permanezco siendo un ente que prefiere la justicia a ser demasiado indulgente consigo mismo.

Fue así que al notar que ya no estaba siguiendo los mismo principios, muy al contrario para angustiosa sorpresa de mis memorias, cuando yo daba palabra o corría por la calle para salvar a un anciano de la desdicha, elegí averiguar si era cierta una leyenda que mencionaba a una isla solitaria en medio de nadie sabe dónde. Y como mis sagrados padres me habían enseñado bien el poder de la Súplica, pedí para mi aniversario 28 amanecer en aquél fabuloso archipiélago de playas cíclicas y mareas espesas. Y prometí que de cumplirse mi deseo, construiría allí una sociedad de un solo hombre, parecida a aquella que Dios me había negado para vivir.


V


El Padre de Todos tiene sus caprichos. A veces me sorprende, tanto para bien como para mal. Es una suerte que así sea, de lo contrario no podría yo jamás agradecerle nada. Y esa palabra sería fútil en el vocabulario de un devoto como yo que sólo tiene a Dios para conversar de las cosas siniestras y luminosas que ampara el destino y la vida misma.

Con un año más en el haber de mi historia (a veces hablamos como si el cumpleaños nos sumara 365 días de un solo aliento), amanecí en el mismo cuarto donde yo solía hermanarme al sueño, pero con un presentimiento extraño. Como en el invierno de la cumbre, cuando nos despertamos de madrugada y sabemos instintivamente que aún el sol demorará varias horas en iluminar los cipreses que nutren el valle de la montaña. Abrí el portal, y me quede inmóvil bajo el dintel de madera.

Sin decidirme por dónde seguir describiendo la perplejidad de aquella mañana, voy a intentar que esa imagen quede en la mente de quienes puedan ilustrarse aún las figuras que vienen secretamente guardadas en las nubes. Sería mejor que todos nosotros tuviéramos 6 ó 7 años, entonces nos entenderíamos con el idioma que utilizan los niños y los seres demasiado creativos. Lamento que sea necesaria cierta longevidad para conseguir entender todas las palabras de esta lectura.

Como alguien muy significativa para mí me esta tratando de enseñar, y yo espero no defraudarla nunca más, es que las imaginaciones se estimulen por el arte de la deducción antes que de la descripción. Entonces diré que al ver donde estaba, sentí que aquella constitución basada en artículos de entendimiento y compasión, ahora sería ideal. Y tal vez no fuera necesario el pelearse ni discutir para que los pobladores la aceptaran, pues probablemente las ideas que a mí me habían costado tantos años, en este lugar maravilloso estuvieran comandando conductas desde hacía ya varios siglos.

Así fue. No solamente el milagro había sido concedido... Sino también: No estaba solo. Y este lugar no estaba únicamente morado por niños de 6 ó 7 años. También había mujeres bellísimas y hombres que se comportaban como reales caballeros. Todos vivían cómodamente en esta isla. Si en mis mejores sueños yo había reemplazado la moneda por el intercambio
... Aquí todo se conseguía mediante puros deseos. Y en lugar de rascacielos, la gente vivía en carruseles que sin obstruirse se encimaban uno de otro. A mí me ofrecieron como recién llegado compartir el del Patriarca. Cuando el sol está a punto de ocultarse, los niños de esta gran civilización comparten cromos y chucherías. Y lo más espectacular que puedo recordar: Modelos T que parecen de dulce, nadan por las calles de la Isla. Claro que hay algunos accidentes, pero por lo general cuando alguien va muy apurado se comprende y se le cede espacio, sin sentir que está violando nuestro derecho de paso. Aquí la gente jamás fuerza la sonrisa, pero dice con amabilidad su parecer y sentimientos. Y yo siento que se ha compensado en unos pocos días toda la angustia que he padecido. Imagínense ustedes lo inferior que me sentí, cuando me conocieron y sin pedirme testimonio de mis años en las antiguas comarcas de la Tierra, conocieron mis intenciones de que el mundo fuera perfecto.

Hace poco tiempo que me he habituado a tal organización y gentileza. Pues es difícil luego de tanto tiempo de fracasos, reconocer que merecemos justicia, dignidad, amor y respeto, por parte de todo el Planeta, sin necesidad de explicarnos ante quien no conoce nuestro Derecho. El hecho de haber nacido ingenuos nos hace libres para elegir.

En realidad ya yo no guardo penas, ni resentimientos de los que deba desprenderme por las noches para conciliarme con el mundo de los sueños. Tanta humanidad ha corregido las injusticias de mi pasado. Y la inequidad que hubo entre mis realidades, mis intensiones... y mis deseos. En donde estoy, las personas que viven en veleros aprovecha la puesta del sol descansado, y se zambullen y nadan y bucean varias horas en las aguas del Océano Índico, lugar secreto donde Mi Isla se alza sobre el nivel del mar.


8 de Marz o (Felíz día internacional de la Mujer)